En el año 1882, llegó a Monclova el Dr. Federico Yenny, un dentista estadounidense que, durante 15 días, ofreció sus servicios a la población local. Reconocido por su experiencia, arribó con cartas de recomendación de los lugares donde había trabajado previamente, anunciándose como un especialista con acceso a las “invenciones más modernas” en su campo y con un amplio surtido de dientes artificiales, los cuales describía como “los mejores fabricados en el mundo”.
Aunque su estancia en Monclova fue breve, ya que planeaba trasladarse al interior del país para cumplir compromisos profesionales, el Dr. Yenny marcó una diferencia significativa para aquellos que podían pagar sus servicios, cuyos precios oscilaban entre $80.00 y $100.00 pesos.

Una alternativa frente a los “cirujanos aficionados”
En esa época, las opciones para tratar problemas dentales eran limitadas. Quienes no podían costear los servicios de un profesional recurrían a peluqueros o herreros, quienes actuaban como “cirujanos aficionados”. Su técnica consistía en realizar extracciones utilizando pinzas o fórceps, con hierbas locales como anestesia rudimentaria, lo que solo mitigaba parcialmente el dolor.
Estas prácticas rudimentarias provocaban un alto riesgo de infecciones y complicaciones que llevaron a la muerte de muchas personas debido a tratamientos fallidos. La llegada del Dr. Yenny ofreció una solución profesional y moderna a quienes podían permitírselo, evitando así los riesgos asociados con los métodos empíricos.
